lunes, 17 de marzo de 2014

Padres de temple



Sus piernas, sus brazos, sus oídos, sus ojos o su voz no tienen toda la fuerza necesaria para moverse o expresarse, pero la energía y la tenacidad de su corazón los mantiene firmes persiguiendo sus sueños. Ver a sus hijos profesionales y disfrutando de un trabajo estable y de una familia unida es el anhelo en común que tienen cinco padres de familia que pese a sus limitaciones físicas avanzan firmes en el camino de la vida.

Basta sentarse a conversar con ellos para darse cuenta de que nada es imposible cuando se hacen las cosas con pasión.

Sin pausa
Solo necesita que alguien empuje su silla de ruedas, el medio de transporte que lo acompaña desde que tenía 30 años de edad, cuando después de andar con dificultad durante un par de años sin sospechar qué tenía, le dijeron que sufría de un tipo de atrofia muscular.

Sus manos y sus piernas entumecidas le impiden darse impulso por sí mismo, pero eso no frenó la energía que, según cuenta, se acentuó desde que se convirtió en padre de familia.

Marcos Yevara Marquez nació en Camargo (Chuquisaca) y a sus 51 años sigue dándose modos para ganarse el sustento diario desde su transporte de dos ruedas, esta vez pensando en darles mejores condiciones de vida a su esposa y a sus cuatro hijos (el menor de 9 años y la mayor de 15).

Con la ayuda de su hijo más pequeño, avanza abriéndose espacio entre un estrecho pasillo flanqueado por ladrillos, arena y otros materiales de construcción amontonados. De un alambre cuelga ropa, los uniformes de colegio de sus hijos y el traje de ‘cambita’ que usan dos de sus vástagos cuando lo acompañan a cantar en las calles.

Su vida estuvo plagada de obstáculos pero, según cuenta, nunca perdió las esperanzas de mejores días. Recuerda que tras pasar por una crisis pasional terminó atrapado por el alcohol, pero logró salir a tiempo de sus garras. A sus 22 años, decidió ingresar a una escuela para adquirir la educación básica a la que no pudo acceder de niño.

A partir de ese momento optó por viajar a Tarija, Yacuiba y finalmente llegó a Santa Cruz buscando oportunidades de trabajo. Según cuenta, la tarea no fue fácil y se vio obligado inicialmente a mendigar y a pedir ayuda solidaria de la gente antes de llegar a la Asociación Casa del Impedido, donde halló cobijo. No rechazó trabajo alguno. Arregló zapatos, costuró pelotas, elaboró palitos de periódico y fabricó joyas de plata.

Frecuentemente menciona a Dios como su fiel acompañante y protector.

Al adquirir una guitarra se lanzó a las calles a cantar alabanzas y decidió llevar consigo a tres de sus hijos, uno que lo acompaña con una potente voz, el otro tocando un rasca rasca y su hija acompañando con un bombo.

Tiene toda su semana copada de actividades. Lleva su canto de música cristiana a La Mansión, la Ramada, la feria de Cumavi y a la feria de Barrio Lindo, donde también aprovecha para vender dulces.

El domingo está reservado para la familia que lo aprovecha con una apetitosa parrillada.

Poco a poco está dándole una mejor forma a su vivienda. Primero vivió con su familia cubierto de plásticos y lona. Luego fue incorporándole madera y actualmente está construyendo su cocina, baño y una sala con ladrillo y cascote que ha ido recolectando en su silla de ruedas.

Su fuente de inspiración son sus hijos. “Yo le pido a Dios que permita irme de este mundo viendo a mis hijos profesionales. Por eso les inculco siempre que estudien mucho. A veces me deprime el tener que depender de otras personas para poder movilizarme, pero eso no me quita el gran deseo que tengo de seguir trabajando”, dice.

Con señales
María Luisa Vargas, su risueña hija de 15 años, le transmite las palabras y el sonido que él no puede percibir con sus propios oídos. A la vez es la intérprete que le ayuda a comunicarse con otras personas que no dominan el lenguaje de señas.
Así es como Luis Vargas Castellanos, un tupiceño de 50 años de edad y nueve hijos, logra expresarse en esta entrevista que se logró acordar mediante mensajes de texto a su celular.
Vargas es presidente de la Asociación de Sordos de Santa Cruz (Asocruz) y forma parte de la Asociación de personas con discapacidad (Asopedi).

Pero este hombre de pelo rizado y canoso, lentes y una cálida sonrisa no siempre necesita ayuda para entrar en contacto con el mundo exterior. La sordera que adolece desde niño, tras una caída que afectó su órgano auditivo, no ha sido un freno para salir adelante por sus propios medios.

Desde que era adolescente mostró su interés por independizarse y trabajar. Es así que viajó a Tarija y luego llegó hasta Argentina, donde aprendió más del lenguaje de señas y fue ganando experiencia laboral en talleres trabajando como ayudante.

Motivado por un amigo y en busca de mejores oportunidades laborales, Luis logró seguir con su travesía hasta Santa Cruz, donde finalmente se estableció. Empezó con ‘pie derecho’. Rápidamente encontró trabajo en talleres mecánicos y logró ubicar también un puesto laboral en una reconocida importadora de vehículos.

Tras conocer a otras personas con problemas de sordera, decidió capacitarlas en el oficio que ya dominaba y al final eso lo motivó a iniciar su propio negocio. Es así que desde hace 13 años dirige el taller de chapa y pintura El Silencio, que hoy en día funciona desde predios de Asocruz (al lado de la PTJ)

“Lo único que anhelo es ver a mis hijos como personas de bien, que sean profesionales y trabajadores. Que cada uno de ellos forme su propia familia, unida y en paz. Yo voy a seguir trabajando hasta el día en que muera. No quiero enfermarme ni accidentarme. Soy feliz con lo que tengo. Los padres tenemos que aconsejar a los hijos pero también dejarlos vivir y valerse por sí mismos”, enfatiza.

Por su parte, su hija adolescente no oculta la emoción que siente al escuchar ese mensaje.

“Doy gracias a Dios por el padre que tengo. Él nos cuida y se esfuerza para que no nos falte nada.

No tengo vergüenza de decir que mi papá es sordo. Él tiene brazos, piernas y ojos, puede trabajar. Además él lee los labios y habla poco, pero habla, haciendo algunos sonidos. Soy la que más sabe del lenguaje de señas, junto con otro hermano mayor. Lo acompaño a hacer compras y lo ayudo a comunicarse en reuniones y cuando viaja”, explica María Luisa, que estudia en el colegio por las noches y durante el día colabora a su papá en lo que puede.


Cuenta que logró también participar junto a su padre en un acto relacionado con las personas con discapacidad en la ciudad de La Paz donde también estuvo presente el presidente Evo Morales.

Atención al cliente
De camisa y pantalón formal, muy bien acicalado y con su credencial de identificación colgada en el cuello, así recibe Raimundo García Villalba a los usuarios que llegan cada día hasta Saguapac, la cooperativa que brinda el servicio de agua y alcantarillado en Santa Cruz.
Allí trabaja en la sección de atención al cliente desde hace cuatro años y esa es actualmente la única actividad económica de subsistencia de su familia, integrada por su esposa y sus dos hijos (uno de tres años y otro de apenas siete meses).

Desde niño aprendió a convivir con muletas que le ayudan a moverse de un lado a otro, ya que se vio afectado por la temible poliomelitis. Ahora eso no es un obstáculo en su vida y hasta se da modos para practicar básquet y natación, dos actividades que lo apasionan.

Integra el Basquet Club Laker, del que forman parte ocho atletas con discapacidad física. “Al principio lo tomamos como una terapia de rehabilitación, pero luego nos fue interesando más y ahora ya lo vemos como algo más competitivo”, cuenta tras indicar que ya han logrado destacarse como subcampeones en torneos recientes.

Como padre, asegura que su mayor motivación es su familia, por lo que anhela .

“Quiero inculcar el estudio en mis hijos, que logren tener una profesión y luego un trabajo estable”, señala.

En el trabajo se desempeña al mismo ritmo que el resto de los funcionarios. Le basta acomodar sus muletas a un lado de su escritorio y continuar su labor con normalidad. Del otro lado de la ventanilla, las personas ni siquiera lo notan. Raimundo nació en el municipio de Cabezas, que forma parte de la provincia Cordillera y desde hace 13 años vive en la capital cruceña.

“Al principio, fue complicado vivir así, pero he logrado sobrellevar mi situación y ahora me desempeño como una persona común y corriente. Me siento bendecido por Dios. Hay muchas personas que teniendo todas las condiciones físicas y las posibilidades de tener un futuro brillante no hacen nada por superarse. Creo que hay que luchar para conseguir los sueños”, reflexiona.

Luego de salir bachiller, Raimundo se capacitó como técnico gráfico y estuvo trabajando en una imprenta, una empresa de sistemas de alarmas domiciliarias y luego Saguapac le abrió las puertas para laburar desde allí. Pero aún no se rinde. Sueña con estudiar una carrera universitaria. El área de Ingeniería Civil es la que más le atrae.

Con iniciativa
Apoyado sobre muletas logra mantener el equilibrio para atender a la clientela que llega hasta su puesto de venta ubicado sobre una de las aceras de laCasa del Impedido. Desde allí ofrece refrescos, pan casero, golosinas y atiende también un punto de llamadas telefónicas.

Ese es el pequeño negocio que le permite a Miguel García Rodríguez reunir el sustento diario para su hogar. Su esposa, que también tiene una discapacidad física que le obliga a movilizarse con muletas, y sus tres hijos (uno de 17 años, otro de 15 y una pequeña que cumplió un año recientemente) son la principal motivación de la vida de este hombre de 60 años de edad, nacido en Concepción (provincia Ñuflo de Chávez).

Su meta es ampliar su quiosco y ubicarlo en un lugar estratégico para mejorar sus ingresos.

Un accidente de tránsito que sufrió cuando viajaba en una moto con un amigo sobre la carretera Warnes-Montero le provocó graves daños al punto que tuvieron que amputarle una pierna.
Evita dar más detalles para no revivir la tragedia que dice haber dejado en el pasado.

“Cuando me accidenté era muy joven, apenas había salido del cuartel. Fue una etapa difícil. Estuve como seis meses pensando qué hacer con mi vida, hasta que unos amigos me animaron a aprender un oficio y fue así que me capacité en costura en cuero. Así conseguí algunos contratos de trabajo. Luego, gracias a gestiones que hicimos con otras personas con discapacidad, nos cedieron un espacio para vivir. No vivimos con todas las comodidades, pero sí tenemos un techo juntos”, relata.

De polera, chinelas, una gorra que deja ver algunas canas y un pantalón remangado que cubre su pierna afectada, Miguel ve transcurrir el día desde su puesto de venta. Compradores no le faltan por lo que varias veces tuvo que interrumpir la entrevista. “Quiero ver a mis hijos profesionales. Eso me motiva a trabajar más”, comenta




No hay comentarios.:

Publicar un comentario