A los más pequeños de la casa no les hace falta un teléfono móvil para sobrevivir. Así de claro. No lo digo yo, sino la psicóloga Silvia Álava, que en su libro “Queremos que crezcan felices” da
un buen tirón de orejas a los padres
por nuestra excesiva permisividad con el uso de las tecnologías.
Su teoría es clara: si nos pasamos el día advirtiéndoles de los peligros de la calle, si no les dejamos ir solos ni a la vuelta de la esquina, ¿por qué les permitimos navegar en solitario por Internet?
"Los niños no están preparados para tener un teléfono móvil ni para el uso de las redes sociales. Debemos marcarles unas pautas y cerciorarnos de que las cumplan", asegura Álava en el libro.
Es cierto que estamos ante una generación de nativos digitales y que no podemos permanecer ajenos a las tecnologías, pero creo que en ocasiones las cosas se nos están yendo de las manos. ¿Es normal que bebés de año y medio cuenten ya con su propia tableta? Álava recomienda aguardar hasta los 14 años para empezar a tener móvil, una espera que a muchos se nos antoja larguísima. De hecho, pese a mi radical oposición, logré aguantar hasta que mi hija tuvo 11 años para comprarle el dichoso aparato, lo que dice bastante poco en favor de mi firmeza como madre. Eso sí, pacté unas estrictas condiciones: el teléfono solo se utiliza el fin de semana y no tiene redes sociales ni tarjeta de datos.
Las redes sociales conllevan bastante peligros. Los periodistas sabemos muy bien que una metedura de pata te puede costar la reputación de toda una vida. Si nosotros, adultos con experiencia, pensamos una y tres veces a la hora de escribir un mensaje, ¿tiene la madurez suficiente un niño de nueve años para subir una foto en Facebok? ¿Y si cuelga de manera inocente la foto de su herma- no llorando y éste se convierte en objeto de burlas en el colegio?
Conozco bastantes problemas provocados por el mal uso de redes sociales. Imágenes inapropiadas, perfiles falsos creados para desacreditar a la gente.
Fue un buen día en el que mi marido cogió la tableta y comprobó estupefacto que el historial estaba repleto de contenidos porno. Mi hija y su amiga se habían dedicado a investigar en Google sobre el término pene y sus derivados y, a sus nueve años, habían visto escenas inapropiadas.
Pensé: ¡Si esto me sucede con nueve, qué es lo que me quedará por ver a los 15! Desde entonces, estoy bastante alerta y procuro que permanezcan el menor tiempo posible delante de la tableta y el móvil.
Sé que pueden ser muy útiles para el entretenimiento y el aprendizaje con juegos y vídeos educativos, pero, en otros aspectos, considero que les roban a nuestros hijos parte de la infancia y de la inocencia.
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