Cristian tiene la sonrisa de alguien que necesita un abrazo. “Hermanita, ¿cómo está?”, saluda y su mano extendida en saludo pronto se desvanece para volverse puño y chocar de forma delicada, casi como una caricia, contra el puño de Graciela Asperilla. Crespo y etéreo, Cristian lleva dos días en la calle, otros dos días en la calle, esa casa de la que ha entrado y salido en seis de los 17 años que lleva sobreviviendo. Cris es padre y pareja, pero ahora está solo, separado. Sus pómulos son dos balcones puntiagudos sobre su cara y sus clavículas se dibujan filosas debajo de la polera de algodón. Eso le indica a Graciela que no solo ha vuelto a la calle, sino también al pitillo, a consumir pasta base. “Ven esta tarde. Visítame para que charlemos”, le dice Asperilla, dándole un abrazo. Nada más puede ofrecer esta mujer pequeña, de hablar suave, casi hipnótico.
Graciela Asperilla lleva seis años recorriendo las calles de Santa Cruz y acercándose a los más jóvenes. Es sicóloga social y clínica, pero en lugar de quedarse en un consultorio decidió salir a buscar a sus pacientes en la calle para tratar de entender por qué es tan adictiva. “¿La droga? Las drogas son automedicación, sin ellas no podrían vivir en la calle. Sanos no podrían aguantar la tensión de la calle”, explica.
En los últimos cuatro meses, Asperilla se dedicó a estudiar cómo 30 adolescentes que viven en la calle entienden el amor. A través de Son de vida, la organización que formó, y ayudada por el periodista Jonathan Roca, publicó la investigación Desde la calle, adolescentes enamorados, un texto que en 40 páginas resume cómo estos adultos precoces viven sus emociones, relaciones y desengaños en un espacio con reglas duras.
Amores y demonios
“Los niños y niñas empiezan a tener relaciones sexuales desde los 11 años”, dice Asperilla mientras el viento de agosto levanta la tierra del patio de su casa. “Para ellos el amor es lo máximo, es locura, es algo que te hace temblar las piernas y es muy importante en la vida”, agrega. Los adolescentes en situación de calle experimentan el amor como cualquier otro chico de su edad, con la única salvedad de que no tienen el mismo entorno de los de su edad. Para muestra, un botón: 27 de los 30 adolescentes que participaron del estudio creen en el amor a primera vista y dos de cada tres moriría por amor.
Cuando hablan de amor, felicidad, alegría, cariño, orgullo, pasear en las nubes o ponerse nervioso son las palabras que usan para describir lo que sienten. Esta otra droga los lleva a hacer locuras románticas, como robar para que la pareja no duerma en la calle, escaparse de casa para estar con ella, o trabajar en los semáforos para que no pase hambre.
Pero el amor también implica desamor. Morir de amor, en la calle, no es una metáfora. La depresión los lleva a meterse aún más en la droga, a cortarse los brazos, las piernas, el cuello, el rostro. También llegan a pelearse, a escribir canciones, a regalar rosas y poemas para tratar de recuperar al ser amado. “Las autolesiones, los cortes en los brazos, no son intentos de suicidio. ‘Es un empute conmigo mismo’, responden cuando se lo preguntan”, explica Asperilla.
Este tipo de respuesta al luto amoroso también depende del grupo. El lugar donde Cristian enjugaba su pena no tiene nada que ver con otro que está a dos rotondas de distancia. Allí, el pitillo ha pegado con fuerza. Esa esquina de la ciudad se ha convertido en un punto de tranza de pasta base y los chicos que se dedican a limpiar vidrio están visiblemente más drogados que los otros. Allí está Rodolfo, con una botella de plástico de wiski barato antes de la hora de almuerzo. Una cumbia melosa sale de la radio canchera que tiene en la mano, mientras hace equilibrio sobre los tres ladrillos que le sirven de silla.
Graciela trata de hablarle, pero está muy pasado como para prestarle atención. Tiene todo el antebrazo izquierdo cortado, marcado como árbol de náufrago, infectado por una decepción amorosa. Otro joven, otro amigo de Graciela la ve desde lejos y se mete al canal, por vergüenza. “La clefa es muy dañina, pero los mantiene en la superficie, les permite interactuar. El pitillo los hace esconderse, los mete al canal”, explica.
Una forma de poder
En una ciudad donde se denuncian 1.200 violaciones al año, nadie mira lo que sucede en la calle. Gran parte de las primeras experiencias de los niños en situación de calle son forzadas. Las violaciones las comente adultos o jóvenes, apenas mayores que ellos, que ejercen algún tipo de autoridad en el grupo.
Pero en un entorno en el que cuatro de cada diez niños y adolescentes fue atropellado por lo menos una vez por un automóvil, las reglas de convivencia no son las mismas. Asperilla explica que también usan el sexo para unirse, como una forma de mostrar cariño. “También hay mucha coacción, violaciones en las que el adolescente no puede decidir ni cuidarse. Es una forma de subordinarse. También, a veces, es poner a la mujer al servicio del grupo, como de compartir. Es una violación colectiva, son códigos de conducta que tienen”, dice.
Aquí también el sexo es un arma de supervivencia. Desde los 11 años, los niños y niñas intercambian sexo por dinero, por protección o como una forma de aceptar el poder del otro.
Sin embargo, cuando se forma una pareja, los lazos son muy fuertes. “La dependencia emocional es muy grande. Están todo el día juntos: trabajan juntos, comen juntos, roban juntos, duermen juntos y tienen hijos juntos. Son matrimonios entre adolescentes”, señala Asperilla. Eso causa que 12 de los 30 adolescentes que participaron del estudio ya hayan sido padres. Algunos tenían incluso dos hijos.
Aquí, en la calle cruceña, la vida dura un suspiro. La mayoría de los niños comienza a frecuentar la calle entre los seis y ocho años. Luego de 12 o 14 años de violencia, enfermedades, hambre y drogas, el cuerpo les pasa la factura. “Hace unos días murió un chico de 24 años. Dicen que fue por frío, pero no es así. Ya estaba muy débil, muy flaco y las fuerzas se le agotaron”, cuenta Graciela.
¿Y qué se puede hacer? En el libro hay una serie de recomendaciones para los profesionales que trabajan con esta población, pero Asperilla las resume en una actitud distinta de la gente. A diferencia de cierta autoridad pública que pidió que no les den monedas a los chicos en situación de calle, porque eso era perpetuar su permanencia, Graciela cree que hay que darle monedas, pero también compartir el pan y el cariño con ellos. Esa es la mejor forma de ayudarlos a superar su situación de calle
Una investigación de cuatro meses hecha gracias a la solidaridad
“En bollo es más fácil”. Uno de los lemas de Revolución Jigote cobró cuerpo en Desde la calle: Adolescentes enamorados. La investigación de Son de vida no hubiese sido posible sin una serie de trabajo en equipo y de voluntades puestas al servicio de que algo así se lleve a cabo.
Todo comenzó en 2013 cuando la comparsa Jarichis se contactó con José Antonio Prado, director de Revolución Jigote, para hacerle saber que ellas querían trabajar por los niños en situación de calle.
Prado se contactó con Graciela Asperilla y Son de vida para consultarle qué era lo mejor que se podía hacer. Al principio, Asperilla pensó en un proyecto educativo, pero era una necesidad que requería más fondos de los que podía recaudar las Jarichis. Al final, tomó la oportunidad de desarrollar una investigación. Las jarichis organizaron la maratón “Corriendo por los niños” y lograron juntar $us 2.000, que sirvieron para realizar el trabajo de campo y escribir los hallazgos.
Cuando estuvo listo, Natalia Chávez, a través de la UPSA, se ofreció a diagramar los textos y fotos de Asperilla y Jonathan Torres y, cuando todo estuvo listo, apareció una embotelladora local de gaseosas, que en lugar de desechar 120.000 tapas en un vertedero, las donó a Revolución Jigote para que sean recicladas. Al venderlas por kilo, obtuvieron $us 200, que fueron utilizados para pagar la imprenta.
El cuadernillo de investigación fue presentado el lunes 4 de agosto en el Colegio de Arquitectos y los que deseen leerlo pueden encontrar una versión digital del trabajo en esta dirección de internet: http://issuu.com/sondevida/docs/desde_la_calle._adolescentes_enamor.
HORA A HORA
El amor y el temor dibujado por niños que viven en situación de calle
Así representan y describen los chicos en situación de calle su vida diaria. La investigación de Son de Vida demandó cuatro meses de trabajo.
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