Es seguro que casi a todos nos ha sucedido. Mientras miramos a un familiar que conocemos muy bien o es muy cercano le decimos otro nombre de alguien igual de importante.
¿A qué se debe? Científicos de la Universidad de Duke en Estados Unidos hallaron las causas y no tienen que ver con la buena o mala memoria sino que la confusión de nombres está relacionada con patrones cognitivos predecibles.
En un reporte de esa casa de estudios, la investigación encontró que entre las personas que se conocen bien, el nombre equivocado por lo general se extrae de la misma categoría de relaciones, según el estudio. Por ejemplo, amigos se llaman entre sí por otros nombres de amigos o familiares por otros miembros de la familia. Y eso incluye a la mascota, si es un canino.
"Se trata de un error cognitivo que revela algo acerca de a quién consideramos que es parte de nuestro grupo", dijo el profesor de psicología y neurociencia de Duke David Rubin, uno de los autores del estudio. "No es solo azar", agregó.
El nuevo documento, basado en cinco encuestas independientes efectuadas a más de 1.700 entrevistados, apareció publicado la pasada semana en la revista Memory and Cognition.
Además de mezclar los nombres de hermanos o hijos, los participantes del estudio con frecuencia llamaron otros miembros de la familia por el nombre de la mascota, pero solo cuando se trataba de un perro. Los propietarios de gatos u otros animales domésticos no cometieron tales deslices en el habla.
Deffler dijo que se sorprendió al encontrar que es frecuente entre la gente confundir el nombre de un amigo o familiar con el de su perro.
“Tengo gatos y los amo”, explicó Deffler. “Pero nuestro estudio parece añadir evidencia sobre la relación especial entre personas y perros”, indicó.
“Además, los perros responden a sus nombres mucho más que los gatos, por lo que esos nombres se utilizan con más frecuencia. Tal vez por eso, el nombre del perro parece integrarse más las familias de las personas”, añadió Deffler, según el reporte de Duk.
Similitud fonética
Los investigadores de la Universidad de Duke hallaron que la similitud fonética entre los nombres ayuda también a las confusiones. Los nombres con el mismo sonido al principio o final, tales como Michael y Mitchell o Joey y Mikey, eran más propensos a ser intercambiados. Nombres que compartían fonemas o sonidos, como John y Bob, que comparten el mismo sonido vocal, también eran susceptibles de ser confundidos.
Las similitudes físicas entre las personas, por el contrario, jugaron poco o ningún papel, según los resultados de la investigación. Por ejemplo, los padres cambian los nombres de sus hijos, incluso cuando los niños no se parecían en nada y eran de diferentes géneros.
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