Antes de levantar la mano para golpear a tu hijo cuando no te obedece, te contesta mal o ha hecho algo indebido, cuenta hasta diez, y después otros diez, y así sucesivamente hasta que consigas calmarte, controles tu explosión de enfado y desistas de reaccionar con violencia, propinándole un azote.
Aunque a la corta parecen una solución rápida y eficaz, a la larga las sanciones corporales generan más perjuicios que beneficios para quienes los reciben. A su vez, quienes los aplican, en general tienen poco que ganar y mucho que perder.
Reprimir físicamente a los hijos puede causarles daño en su desarrollo a largo plazo, de acuerdo a un estudio realizado por la investigadora Joan Durant, profesora de la Universidad de Manitoba (Winnipeg, Manitoba) y el doctor Ron Ensom, del Hospital de Niños de Ontario Oriental, en Ottawa.
Aunque el castigo corporal a los niños está prohibido en más de treinta países, todavía sigue siendo, al menos parcialmente, aceptado a nivel social en gran parte del mundo.
Si bien los cachetes y azotes no son tan habituales como hace veinte años, muchos mayores siguen respaldando esta práctica y consideran que prohibir los escarmientos físicos “disciplinarios” es una limitación a los derechos de los padres.
“Esa forma de ver las cosas pone de relieve la dificultad para que haya un cambio de mentalidad sobre este asunto, a pesar de la enorme evidencia acumulada que demuestra el daño que puede ocasionar el castigo corporal a los pequeños”, ha señalado la doctora Durant.
Según Durant y Ensom, las investigaciones revisadas demuestran que el castigo físico y los golpes vuelven a los menores más agresivos y antisociales y pueden provocar problemas cognitivos y del desarrollo.
Buscando un cambio de actitud
Según esta investigación, publicada en la revista científica Canadian Medical Asociation Journal, el golpeo físico no solo predice de manera consistente que el niño manifestará en el futuro un mayor nivel de agresividad, sino que además tendrá muchas posibilidades de tener problemas como depresión o abuso de sustancias.
“Esperamos que los médicos comprendan el mensaje, asesoren a los padres y les ayuden a comprender que el castigo físico no les llevará donde quieren llegar”, ha declarado la doctora Durant, quien espera que, al conocer estos resultados, los padres comiencen a mirar el problema desde una perspectiva médica.
Otro equipo de investigadores de la universidad canadiense de Manitoba, dirigidos por Tracie Afifi, ha desvelado que las consecuencias del golpeo físico infantil son muchas, y no todas inmediatas, ya que aquellos niños que soportan desde golpes hasta palizas con frecuencia se convierten en adultos más propensos a sufrir determinados trastornos mentales.
Concretamente, la investigación señala que entre el 2 y el 7 por ciento de los problemas mentales tiene su origen en los abusos físicos que los pequeños reciben durante su infancia.
El estudio, para el cual se analizó el pasado y presente de 35.000 adultos estadounidenses, detectó una mayor presencia de trastornos mentales en aquellos que en su niñez habían recibido azotes. Entre ellos es más probable encontrar psicopatologías como depresión, ansiedad, trastornos de la personalidad, así como problemas con el alcohol y las drogas.
Los autores del estudio desaconsejan aplicar cualquier tipo de castigo físico y en cualquier edad del niño y recomiendan a los padres no caer en la tentación del azote. En su lugar apoyan disciplinar al niño usando técnicas de refuerzo positivo, es decir recompensando las buenas acciones.
Un estudio anterior efectuado en 2004 por el investigador Andrew Grogan-Kaylor de la Escuela de Michigan de Trabajo Social (EE.UU.), había concluido que incluso las cantidades más mínimas de golpes a un niño pueden derivar en una probabilidad mucho mayor de que se comporte de forma asocial”.
Las secuelas de los golpes
“Nuestro estudio proporciona información suficiente y rigurosa para defender que el castigo corporal no es una estrategia disciplinaria o apropiada”, había señalado Grogan-Kaylor.
Ese mismo año, los estudiosos Eric P. Slade y Lawrence S. Wissow de la Facultad de Salud Pública Bloomberg de la Universidad John Hopkins (EE.UU.) comprobaron que los niños que reciben azotes y golpes frecuentes de parte de sus padres antes de cumplir los dos años de edad, suelen tener problemas de conducta durante la etapa escolar.
Según la psicóloga y pedagoga española Montserrat Doménech, “la bofetada es contraproducente. Este tipo de reacción puede minar la relación entre hijos y padres, así que hay que evitarla a toda costa”.
“La bofetada no tiene ningún valor educativo, y en lugar de ayudar a resolver los conflictos, solo sirve para que el adulto se desfogue. Dado que es un signo de impotencia, debilita la autoridad moral de los padres y la seguridad que los hijos buscan en ellos”, añade DomÈnech, autora del libro “Padres y adolescentes: cuantas dudas”.
Según Doménech, contar hasta diez es un recurso clásico que suele funcionar y antes de “perder los papeles” la experta aconseja “cerrar los ojos y realizar unas cuantas respiraciones profundas para rebajar la tensión”.
“Cuando los nervios están a flor de piel es muy difícil llegar a un acuerdo. Es mejor dejarlo porque es inútil y no hay que tomar ninguna determinación que pueda resultar contraproducente”, señala la psicóloga y pedagoga, que sugiere hablar con el hijo o hija sobre el problema, después que pase la rabieta y se calmen los ánimos de ambos: adolescente y padres.
“En vez de insistir en lo que tiene prohibido, es mejor recordarle al adolescente lo que se les está permitiendo. Si un hijo no está estudiando para un examen, se le pueden recordar los beneficios de sacar una buena nota, por ejemplo que dispondrá de más tiempo libre”, aconseja Doménech.
QUICKIE
Lo que tú haces importa, tus hijos te están viendo todo el tiempo. No reacciones sin pensar, pregúntate: ¿qué quiero lograr? Y ¿es probable que mi reacción produzca ese resultado?
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