Nuestro vínculo familiar, sobre todo con nuestros padres, es sin duda la expresión más desinteresada e incondicional del amor humano. Por esto mismo es la que nos da estabilidad, pone sentido y trascendencia a nuestras vidas. No olvidemos que muchas veces elegimos nuestro futuro con nuestra brújula familiar, así en nuestro medio es normal conocer familias que hace generaciones son comerciantes, militares, médicos, abogados etc…
Hoy por hoy, la psicología y sociología han hecho exhaustivos estudios acerca de las relaciones familiares, como nunca antes en la historia poseemos infinidad de libros que hablan sobre el tema. Pero contradictoriamente es también en nuestro tiempo que se castiga más los vínculos entre padres e hijos.
En nuestros días, varios grupos de intereses perversos conspiran contra esa larga cadena de relevos que transmitían una tradición, en la cual las generaciones pasadas se impregnaban de un acervo moral y cultural haciendo de éstas, suyas, para luego transmitirlas a la generación siguiente. Buena parte de este acerbo consistía en que los miembros de una familia tenían una lazo indisoluble, participaban de un objetivo común, eran responsables de cuidar el honor y buen nombre del apellido que compartían, y de velar por los miembros de la familia ayudándose en lo que más pudieran los unos a los otros.
Pero los cimientos de este modelo de familia tradicional fueron minados por el egoísmo, el pensamiento individualista prioriza los logros individuales a los del grupo, incluso si este grupo es tu familia.
El individualismo trajo consigo el antinatalismo, que no es otra cosa que querer disfrutar tu individualidad en pareja, sin que esta relación conlleve responsabilidades, es decir sin descendencia, sin vínculos permanentes.
Ahora aparecen nuevas modalidades de familia, que quieren hacer de la procreación un servicio a la carta, en el que a los hijos se les priva de su filiación completa.
Actualmente las personas se centran más en el éxito laboral y profesional, y se posterga y descuida la crianza de la prole. Los miembros de la familia van cada uno a lo suyo, creando desequilibrio emocional y afectivo de padres a hijos, y somos perfectamente conscientes del descuido de los lazos emocionales intrafamiliares de hecho han sido desatendidos con nuestro beneplácito o por lo menos con nuestra pasividad. Y es que sabemos que hemos abandonado terriblemente nuestras obligaciones y responsabilidades, y tratamos de reemplazar éstas llenando de bienes materiales a nuestros hijos, convirtiéndolos en tiranos materialistas.
"Los primeros educadores son los padres", es una frase que conocemos y repetimos todos, sin embargo los padres de hoy se han convertido en meros proveedores de confort, que han reducido la formación de sus hijos a consejos inseguros de futuro, y temen hacer uso de su autoridad.
Para que los padres sean esos primeros educadores como reza la sabiduría popular, las familias deben crear comunidades de vida, que se identifiquen como un todo, creando lazos estables y permanentes entre sus miembros, y que asuman sus responsabilidades como grupo.
Pero si la comunidad de vida es supeditada a otros bienes, llámense libertad individual, realización personal o como se quiera. Y si sus responsabilidades se subordinan a la consecución de tales o cuales logros vitales o profesionales, entonces la familia ha dejado de existir para convertirse en una mera agregación humana, cada vez más relegada y menos necesaria.
La vida moderna que carece de un sentido profundo y transcendental, desconoce los lazos que van más allá de lo material o lo sanguíneo sino que se perciben como espirituales y por tanto sagrados.
Las familias de hoy se están convirtiendo en colectivos casuales y pasajeros sin tradición ni autoridad, sin capacidad para transmitir una visión del mundo, ni para hacer crecer a quienes vienen detrás. En tales familias no puede haber educación responsable, pues allá donde hay un vacío de tradición y autoridad o donde entran en conflicto tradiciones y autoridades contrapuestas o desentendidas entre sí o debilitadas por falta de comunicación entre los padres, sólo es posible criar hijos huérfanos de afectos o empalagados de afectos cojos que los lleva a convertirse en caprichosos chantajistas emocionales, carentes también de un criterio para enjuiciar la realidad, y por lo tanto condenados a la dispersión a la desorientación y al caos.
Siendo la familia nuestro vínculo fundamental con el mundo, no podemos quedarnos de manos cruzadas ante su decadencia, más bien debemos esforzarnos para recuperar nuestros lazos familiares y con ellos recuperaremos también nuestra dicha, nuestra salud y nuestra humanidad.
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