Los japoneses tienen un ritual particularmente interesante durante esta época del año: “Kurisumasu ni wa kentakkii”, cuyo nombre puede sonar como algo de gran sabiduría, pero que en realidad se refiere a "Kentucky para la Navidad", el hábito nacional de comer Kentucky Fried Chicken (KFC) como festín navideño.
Comenzó como un inspirado concepto de comercialización. Durante la década de 1970, KFC notó que los expatriados occidentales en Japón estaban recurriendo al pollo frito porque no podían conseguir pavo. Actualmente se ha convertido en un ritual con suficiente poder de venta que ocasiona que haya colas alrededor de la manzana, y que los clientes ordenen su pollo en noviembre o incluso en octubre. Lo que es particularmente impresionante es que la Navidad no es ni siquiera una festividad en Japón.
“Kurisumasu ni wa kentakkii” es una audaz pieza de comercialización, pero no es la primera vez que la Navidad ha sido osadamente secuestrada para vender algo; de hecho, la Navidad misma se apoyó en anteriores festivales de mediados del invierno. Numerosas tradiciones navideñas son bastante recientes; en Reino Unido, las tarjetas de Navidad, el pavo, los fuegos artificiales y los árboles son todas innovaciones del siglo XIX. Por otra parte, el consumismo navideño, que tendemos a considerar como un vicio moderno, es también un hábito del siglo XIX. El libro Scroogenomics de Joel Waldfogel muestra que el auge del gasto en diciembre se remonta a muchas décadas (en 1867 en Nueva York, Macy’s decidió que valía la pena mantener sus puertas abiertas hasta la medianoche de Nochebuena).
Así es que no critico el ritual de los japoneses de comer pollo frito al estilo sureño durante la Navidad. De hecho, yo he estado intrigado por los rituales navideños en general; algunos son buenos y otros no tanto. Como señalé la semana pasada, el ritual de dar regalos en Navidad es extremadamente derrochador, canalizando valiosos recursos hacia la compra de ropa mal ajustada y objetos conmemorativos de golf de mal gusto que nadie elegiría si los estuvieran comprando para sí mismos.
Durante la última década, hemos visto una nueva combinación de dos tradiciones más antiguas: la de dar regalos y la de donar a una causa benéfica. Oxfam, la organización de ayuda humanitaria contra la pobreza, ha impulsado la idea de que se puede "dar dos veces" donando a Oxfam en nombre de otra persona. En efecto, estás "dando" un huerto o, notoriamente, una cabra. "Un regalo único y simbólico", dice Oxfam, aunque un momento de reflexión revelará que no es algo único en lo absoluto.
¿Y qué simboliza? Para algunos representa ingenio, anticonsumismo y el verdadero espíritu de la Navidad. Para otros representa una petulante autoobsesión. Después de todo, si te doy una cabra de Oxfam, ¿qué he hecho realmente? He hecho una donación caritativa, me he marinado en mi propio sentido de superioridad, y luego te he enviado el recibo. Y para colmo de males, tampoco me he molestado en comprarte un regalo. Sólo podemos esperar que Oxfam, al menos, pueda encontrar a alguien que realmente necesite la cabra.
Tres investigadores (Lisa Cavanaugh, Francesca Gino y Gavan Fitzsimons) publicaron recientemente resultados de sus investigaciones sobre este tipo de regalo "socialmente responsable". Ellos descubrieron evidencia de que la gente sistemáticamente sobrestima cuán bien recibidos serán estos regalos, particularmente cuando se dan a personas que no se conocen extremadamente bien. Como escribí la semana pasada, Gino ha contribuido a otras investigaciones sobre dar regalos, descubriendo que quienes los reciben se sienten a menudo más felices con los regalos elegidos de una lista de deseos o explícitamente pedidos, a pesar de que parezca perder algo del encanto. La combinación de los dos puntos de vista indica que, si se desea hacer una donación a la caridad en nombre de alguien, pudiera ser aconsejable primero pedir su aprobación.
¿Qué pasa con los rituales navideños que compartimos en grupo? Diferentes familias tendrán sus propios rituales; tal vez los regalos deben abrirse en un momento determinado o en un orden particular. Tal vez haya que ver respetuosamente el discurso de la Reina de cada Navidad. La familia de mi esposa, de mentalidad religiosa, posponía la apertura de regalos hasta después de un servicio religioso el día de Navidad. Mi propia familia era más secular, pero aficionada a la gratificación tardía; muchos regalos tuvieron que esperar hasta después del almuerzo de Navidad. Para algunas familias, hay una película en particular que hay que ver; para otros, un juego de mesa que hay que jugar.
Ovul Sezer, Michael Norton, Francesca Gino (de nuevo) y Kathleen Vohs han estado examinando el efecto de los rituales sobre la manera en que experimentamos la Navidad y la Nochevieja. Los investigadores han descubierto una correlación entre estos rituales (sagrados o seculares) y varias experiencias positivas de la temporada navideña, incluyendo sentirse más curioso, prestar más atención, tenerle más aprecio a la familia, disfrutar de la temporada y estar satisfecho con la vida en general. Por supuesto, la causalidad puede darse al contrario; es posible que la aversión a tu familia haga que evites compartir rituales de Navidad con ella y no al revés.
Sin embargo, Sezer y sus colegas parecen haber descubierto algo. La vida está llena de rituales sociales, pero sus detalles a menudo no parecen importar mucho: el velorio, el baile de graduación, el "baby shower”, incluso “Kurisumasu ni wa kentakkii”; formamos nuestros hábitos sociales y nos atenemos a ellos. Y las investigaciones sugieren que tenemos toda la razón para hacerlo. Los rituales parecen hacer nuestra vida más rica y más placentera.
Y, sin entrar en demasiados detalles, existe una tradición navideña que es improbable que desaparezca pronto: el número de niños concebidos alcanza el pico durante las vacaciones de Navidad, lo cual conduce a un aumento de las tasas de natalidad en septiembre. Ésa es definitivamente una manera de acercar a una familia.
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