La educación sexual debe ser parte del proceso familiar, educativo y social de preparación para la vida.
El ejemplo de nuestras actitudes tiene mucho más peso que nuestras palabras.
En la medida de lo posible, no conviene contradecir lo que se dice en casa con lo que se afirma en el colegio. Los criterios han de ser comunes tanto en los contenidos como en el modo de darlos. Y si no lo son, hay que explicarles que algunas personas piensan de una forma y otras tienen una opinión distinta.
Los padres, madres y educadores han de adquirir suficiente conocimiento sobre la sexualidad para trasmitir ideas claras y precisas.
Hemos de repasar nuestras actitudes y comportamientos sexuales, para evitar posibles conflictos entre lo que decimos y lo que hacemos.
Nunca es demasiado tarde para aprender a disfrutar y a vivir la sexualidad. Muchas veces, la obligación de tener que educar sobre ella sirve para solventar dudas y ampliar conocimiento.
Se requiere tiempo y paciencia para responder a las preguntas relativas al sexo.
Hay que enseñar que toda conducta (sexual o no) que tenga que ver con los genitales ha de desarrollarse en la intimidad. No hay que impedir que la realicen, pero hemos de indicarles los lugares apropiados.
Es importante que les enseñemos a conocer y apreciar su cuerpo y les ayudemos a satisfacer la curiosidad que les producen los cambios en su cuerpo y el de los demás.
Si así se quiere, se pueden utilizar materiales de apoyo (películas, dibujos, láminas) o el propio cuerpo para explicar. No toda la información ha de ser verbal.
Se debe adecuar la información al nivel madurativo del niño o niña, a su ritmo de aprendizaje y a las necesidades que se proyecten.
Es beneficioso fomentar hábitos higiénicos, de autonomía y de responsabilidad en la vivencia de la sexualidad.
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