lunes, 14 de diciembre de 2015

La vulneración a sus derechos es una constante en penales

La libertad no es el único derecho que pierden las reclusas de la tercera edad cuando están en la cárcel. Las condiciones de vida y la desinformación al interior de los recintos penitenciarios en Cochabamba las condenan a un suplicio que cobra más que su derecho a la libre locomoción.

“Los policías todavía las llevan enmanilladas a sus audiencias u otras salidas, cuando la norma indica que no pueden hacerlo”, lamenta el psicólogo de Régimen Penitenciario, Hernán Mérida.

Sus celdas no son accesibles y deben subir las escaleras, muchas de ellas soportando el dolor en sus rodillas y el miedo de perder el equilibrio y caer.

La atención psicológica no es de las más adecuadas y oportunas. “Solo hay dos psicólogos para los 6 penales”, cita Mérida y señala que muchas de las terapias de relajación, música, videos y grupos de apoyo fueron dejadas de lado por falta de personal y solo se realizan las charlas de motivación a requerimiento de las reclusas.

Anteriormente se tenía el apoyo de universitarios que realizaban prácticas guiadas pero en el útlimo año no se cuenta con ninguno.

“Chochear” o “tener achaques” no siempre está permitido, ya que darse este lujo puede derivar en mayores problemas o represalias por parte de otras internas.

“Prefiero no tener amigas porque de una cosita que hablas te hacen un gran problema”, dice una anciana que prefiere mantener en reserva su identidad.

La salud preventiva no es una prioridad al interior de los recintos. No existen los medicamentos adecuados para ellas y su atención con médicos especializados solo se autoriza cuando la situación se torna crítica.

“Tenemos una persona en el hospital Viedma que se encarga de que los internos sean tratados con prioridad”, menciona el exdirector de Régimen Penitenciario de Cochabamba, Erwin Sandoval.

Mientras tanto las mujeres que tienen dinero pueden encargar a policías o familiares la compra de medicamentos específicos.

La normativa internacional sostiene que “se suministrará a los penados una dieta alimenticia suficiente para el mantenimiento de su salud”, sin embargo la alimentación para estas internas depende de lo que se oferta y de lo que pueden pagar. “Casi toda la comida que se vende aquí es chatarra”, dice Mérida al explicar que una dieta blanca o rica en nutrientes y proteínas está lejos de la realidad.

Las normativas internacionales de Régimen Penitenciario, señalan que todas las reclusas tienen derecho a condiciones de vida dignas durante su reclusión.

Entre ellos se considera la garantía de instalaciones higiénicas y que permitan desarrollar aptitudes y motivaciones para afrontar la vida en reclusión.

Pero las únicas actividades que están disponibles para ellas en Cochabamba son el tejido, cocina, lavado y planchado de ropa, costura, o venta de gelatinas que solo pueden ser desarrolladas según la antigüedad y organización de las delegadas.

Asimismo, los dormitorios deben tener higiene, luz, espacio y ventilación. Aspectos que difícilmente son cumplidos considerando que dos internas duermen en catreras de una plaza y otras aún duermen en pasillos o en colchones tendidos en el suelo.

“A todo recluso se asignará cama individual, en dormitorios que deben tener higiene, luz y ventilación... además de ropa suficiente para mudarla periódicamente”, señala la norma internacional.

Al respecto Sandoval sostiene que en las condiciones de hacinamiento solo se les da un pequeño espacio porque no hay más. En relación al uniforme sostiene que es una situación que vulneraría su cultura e identidad, refiriendose a las mujeres que usan pollera.

AYUDA

Mérida sostiene que hay actitudes que pueden aminorar los daños, físicos y psicológicos, que puedan provocarse durante la reclusión de estas mujeres; entre ellas la principal, la empatía, ponerse en el lugar del otro y darle un trato preferencial en lo que se pueda.

Eximirlas de las tareas obligatorias como la limpieza de las áreas comunes, baños y otros que aliviarían su situación, así como no obligarlas a salir a las formaciones.

Los familiares y amigos, evitando juzgar, tildar o estigmatizar a las ancianas.

Facilitar el acceso a actividades productivas acorde a sus capacidades que les permita asegurar ingresos para su alimentación y manutención al interior del penal, también son tareas pendientes.

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