lunes, 17 de agosto de 2015

¿Por qué se asustan los niños más pequeños?

Es normal que el niño pequeño tenga miedo, esto porque la ansiedad es una condición natural que ayuda a sobrellevar nuevas experiencias y a protegerse del peligro. Algunos temen a cosas o situaciones muy específicas como los insectos, los perros, la oscuridad o los ruidos fuertes, como el de la aspiradora. Y a otros les asustan las situaciones nuevas o las personas desconocidas. Pero la mayoría de estos miedos irá desapareciendo a medida que el niño se vaya sintiendo más seguro de sí mismo y de su entorno.

¿Cómo se pueden calmar estas emociones? Las siguientes estrategias pueden ayudar a hacer que el menor se sienta más seguro, pero esto no se hará de manera inmediata. Pueden pasar varios meses, o incluso un año, hasta que el logre vencer un temor.

El primer punto es no menospreciar su miedo, porque para ellos son temores muy reales y serios. Los padres deben hacerles conocer que también saben lo que es esta sensación, reconociendo su aprensión y hablándoles de lo que les asusta. Al conocer esto el niño aprenderá que tener miedo es normal y que es mejor enfrentarlo que tratar de esconderlo, dicen los especialistas.

Ofrecer un "talismán" al niño es otra estrategia, porque este objeto puede transmitir seguridad. Una cobija, un oso de peluche o un muñeco son algunos de estos objetos.

Encontrar una solución, entre padre e hijo es otra opción. Por ejemplo, si al niño le asusta la oscuridad, se coloca una luz nocturna en su habitación. Otras tácticas que puedes usar para acabar con los temores nocturnos incluyen el uso de un "guardián", uno de los muñecos de peluche.

Otros sustos. Una de las expresiones psicosomáticas frecuentes es el llamado "susto" o "espanto" y en Latinoamérica es considerado una enfermedad, y puede definirse como un "impacto psicológico" de intensidad variada que se padece a consecuencia de factores diversos entre los que se encuentran los de índole sobrenatural, fenómenos naturales y circunscritos en experiencias personales que emergen como eventualidades fortuitas del todo inesperadas. Falta de apetito, decaimiento, tendencia a sentarse o acostarse en lugares donde pueden recibir sol, frío en las extremidades, somnolencia, tendencia a dormir muchas horas, inquietud en la vigilia y en el sueño, palidez, tristeza, angustia e hipersensibilidad en el trato, son algunos de los síntomas.

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