domingo, 15 de marzo de 2015

¡Qué buena madre es mi padre!

Vida familiar. Historias llenas de amor y dedicación de tres padres hacia sus hijos; quienes por la muerte prematura de sus parejas, en dos casos, y el divorcio en el otro, se vieron en la necesidad de asumir el rol

de padre y madre, realizándolo muy bien .

¿Cómo poder medir el amor que sienten los progenitores?, ¿cómo diferenciar los roles que cada uno debe cumplir?. Los roles paternos ya están establecidos, pero ¿qué pasa cuando ocurre algo inesperado?.

Muchos padres y madres se ven en la necesidad de asumir nuevos roles y funciones, para los cuales no estaban preparados; pero lo hacen encarando el desafío con mucho amor.

Estas historias de vida se convierten en recuerdos muy especiales, con un toque de amor, entrega y de desprendimiento que sorprende hasta a los mismos personajes.

Este es el rasgo común de estos tres padres que dedican su razón de vivir a sus hijos. Cada uno con su propia historia y su manera de haber formado un hogar con la ausencia materna; familias unidas, apegadas y resueltas a enfrentar la vida.

Como estas tres historias, cuántas más se tejerán en la ciudad, cuántos padres dejan todo de lado para sacar adelante a sus hijos.

Este es un homenaje a aquellos varones que saltan sus roles y se abrazan de la maternidad para cumplir como padres.

“Mi ancla de vida”

Fernando Andrade Ruiz, de 61 años, nos recibe en el seno de su hogar. Al ingresar el ambiente familiar se deja sentir. De pronto, en tono triste comenta: “Aquí velé a mi esposa”. El silencio se apodera del ambiente.

Sobre uno de los sofás del living se encuentra un álbum de fotografías. Él se sienta y comienza a hojearlo como si fuera la primera vez. “No lo había visto desde la muerte de mi amada Virginia Eróstegui”, añade.

Aquellas imágenes quedan como recuerdo de uno de los días más felices y emotivos su vida, su matrimonio; que por azares del destino se realizó en Navarra, España, en 1979.

Con el paso del tiempo la pareja retorna a La Paz, y pronto la noticia, que no podía esperar más, llegó. La familia Andrade Eróstegui, recibiría a su primogénito.

Fidel llegó como una promesa cumplida. “Deseaba realizarme como padre. La vida me negó la posibilidad de compartir con el mío, cuando apenas tenía cinco años; pero ahora me brindaba la oportunidad de ser un buen papá para ese pequeño ser, que inquieto mecía entre mis manos”, recuerda Andrade.

No pasaron más de 11 meses, cuando la familia aumentó gracias a la llegada de María José.

“Era una locura pues parecían mellizos y Virginia con una visión maternal dejó de lado su profesión y se dedicó en cuerpo y alma a nuestro hijos”, dice Fernando Andrade.

En 1993 la familia recibió una mala noticia, el cáncer de seno, avanzaba por el cuerpo de Virginia, quien falleció un año más tarde.

Él tenía 40 años y sus hijos se quedaron de 11 y de 10 años de edad. A partir de entonces su mundo se volcó hacia ellos. “No voy a decir que fue fácil o difícil, fue un camino que tenía que seguir. Ellos se convirtieron en mi fortaleza, en el ancla que me fijó a la vida...”, afirma Andrade.

A pesar de cumplir roles de madre constantemente, él jamás sintió que reemplazó el lugar de su madre “su ausencia es un vacío insustituible”, señala. Es así como comenzó a cumplir roles de padre, pero también de madre, reuniones escolares, mandarlos al colegio con el uniforme limpio y planchado, aprender a peinarlos, cocinar, hacer los deberes del hogar. Que aunque no era una tarea nueva, era difícil hacerla solo.

“Creo que nunca he sido madre para mis hijos, siempre fui un buen padre…”, asegura Andrade. Uno de los momentos más duros y difíciles de enfrentar fue hablar con su hijita de los cambios que sufriría su cuerpo, “fue una conversación muy complicada, sabía que tenía que llegar el momento de encararlo, pero frente a frente me hizo transpirar”, recuerda Fernando.

El tiempo transcurrió y los niños crecieron y comenzaron a dejar el nido. Ambos profesionales. Fidel trabaja y además contrajo nupcias y María José sigue los pasos de su padre en el campo de la comunicación social, en la radio Kancha Parlaspa.

Su rol como padre y madre no termina, aún le queda velar por la felicidad de sus hijos, en especial cuando su hija tome la decisión de formar una familia, porque se sentiría solo, ya que no rehizo su vida de pareja.

Pero, en el fondo este hombre está contento con la labor que desempeñó, tarea que realizó con mucho amor y dedicación.

Un equipo unido

Cuando su familia se había completado con la llegada de sus dos hijas y vivía una etapa plena como pareja. Johnny Antezana recibió la peor de las noticias, Carolina Iriberry, su esposa, padecía un cáncer de mama agresivo y las expectativas de vida eran pocas. Sintió que el mundo de ambos se venía abajo. Lucharon juntos - pero este mal que es implacable-, no perdonó y se llevó consigo esta joven vida.

La tristeza y desolación se apoderaron de su alma; pero no podía abandonarse, tenía dos razones para seguir adelante: Ana Laura (9 años) y Adriana (7 años), sus dos pequeñas.

Los primeros años de viudez tuvo que compatibilizar su trabajo en la Alcaldía, la docencia en Arquitectura con el cuidado de las niñas y su hogar.

Ahora, 13 años después de la partida de Carolina, siente que cumplió su promesa y que cuidó a sus hijas como mejor pudo hacerlo.



“Estaba abrumado y tenía una gran responsabilidad, pero mi esposa me dio la seguridad de que ellas estaban en buenas manos y no podía fallarle. Las cosas que hice las hice con mucho amor y cariño, sobre todo con mucha paciencia”, afirma Jhonny Antezana.

MUCHO AMOR Y ENTREGA

Carolina y Johnny se casaron en 1988 y su amor los llevó casi inmediatamente a la búsqueda de una familia. Al poco tiempo, su deseo se hizo realidad. “Eso me llenó de ilusión, era un bebé muy esperado”, recuerda.

El día del parto vivió una mezcla de sentimientos, ansiedad, desesperación, ternura y paz.

“Recuerdo que era tanto mi amor por mi hija Ana Laura que mi esposa me decía que necesitaba un babero, puesto que no podía dejar a mimar y consentir a mi niña”, dice en un tono nostálgico.

A los tres años, la experiencia se volvió a repetir y llegó Adriana Lucia. La alegría fue la misma y ya tenían experiencia en el cuidado de una niña

“Tengo dos hijas hermosas. Creo que Dios se encarga de todo y entre ello, definir los seres con los que vamos a ser felices toda la vida”, afirma este orgulloso papá.

“Ambas tienen carácter diferente. La vida me dio la posibilidad de ver las dos caras de una misma moneda”.

Durante estos 13 años, Johnny se convirtió en confidente, amigo, costurero, maquillador y todo lo que debía aprender para apoyar a sus hijas.

“Nos hemos convertido en un equipo, todos trabajábamos para sacar adelante los proyectos escolares y también nos apoyábamos en aquellas tareas que teníamos que realizar en casa”.

Él recuerda y agradece el apoyo que recibió de sus familiares (madre, hermanas y suegra) y amigos, quienes siempre estuvieron ahí para darle una mano.

Con los años Antezana comprendió que las mujercitas tienen rasgos diferentes a los hombres y que hay que estar atentos a sus necesidades. “Sé que es ser mamá, aunque no es lo mismo, la madre es insustituible”.

“No rehice mi vida en pareja, porque primero cumplí con el encargo que me dejó mi esposa: la escuela, el colegio y la universidad”, comenta.

“A veces la soledad es más angustiante y nos aqueja más a los hombres que a las mujeres, pero siento que estoy acompañado por Carolina. Hablo con ella y todo le consultó con ella”, añade.

Ahora siente que su misión está casi completa, “mi hija mayor terminó su carrera de Ingeniería Comercial y a la segunda le faltan un par de años de Arquitectura”

“Quisiera saber qué va a pasar cuando ellas decidan casarse, esa es la incógnita… Hemos construido un hogar, con alguien especial que nos falta… pero siempre estamos juntos”, concluye resaltando el valor de las mujeres dentro de cada familia.

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