miércoles, 4 de febrero de 2015

El estrés infantil genera adultos enfermos

Una investigación publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) relaciona experiencias infantiles adversas con un mayor desgaste fisiológico una vez que las personas que las sufrieron alcanzan la edad adulta.

El ambiente psicosocial estresante para el niño, ocasionado por diferentes problemas familiares, guarda relación con peores datos de salud en las siguientes décadas de su vida, según los datos de un estudio que incluye a más de 7.500 británicos nacidos en 1958 y que fueron publicados por la Agencia Sinc.

Las experiencias adversas en la infancia es un parámetro conocido como ACE por las siglas del inglés Adverse Childhood Experiences y se construye con datos sobre las circunstancias familiares que pueden generar estrés en el niño, como la separación de sus padres por divorcio o muerte, problemas de alcoholismo de algún miembro de la familia, así como enfermedades psiquiátricas o problemas con la justicia.

Estado fisiológico

Por otra parte, el estado fisiológico de estos individuos ya en su etapa adulta se midió por la carga alostática, una medida del desgaste fisiológico global que en este caso se construyó con una serie de biomarcadores que se consideran clave para la salud, como la presión arterial, los triglicéridos o el cortisol.

Cristina Barboza Solís, investigadora de la Universidad de Costa Rica que en la actualidad trabaja en la Universidad Paul Sabatier de Toulousse (Francia), declara que la relación entre los traumas infantiles y los problemas de salud posteriores se puede explicar por tres vías: socioeconómica, comportamental y biológica.

En primer lugar, “los niños que sufrieron una adversidad tienen en promedio en su vida adulta un nivel socioeconómico y educativo más bajo”, afirma.

Por otra parte, “son más propensos a adoptar comportamientos de riesgo para su salud, como fumar, consumir licores o tener un índice de masa corporal superior”.

Finalmente, la vía biológica aún está por esclarecer, pero es probable que el sistema fisiológico responda de algún modo al estrés.

El estudio

Los investigadores tomaron los datos del National Child Development Study, un estudio que incluyó a miles de personas nacidas durante una semana de 1958 en Gran Bretaña, sobre los que se hizo un seguimiento a lo largo de sus vidas analizando diferentes parámetros sociales y de salud. Entre estas personas, que en 2015 cumplirán 57 años, se seleccionaron 3.782 mujeres y 3.753 hombres para este trabajo.

Entre los hombres que presentaron adversidades precozmente, las principales conductas de riesgo para la salud medidas en diferentes décadas de su vida (por ejemplo, a los 23, 33 y 44 años) fueron fumar, un bajo nivel educativo y un bajo patrimonio económico.

Entre las mujeres que también atravesaron algún trauma infantil, además de estos mismos parámetros, destaca un índice de masa corporal elevado.

Infancia, un período crucial

Los resultados son “muy interesantes” porque animan a contar con nuevos factores a la hora de estudiar el bienestar de la población.

“Incorporar el ambiente social en el que crecemos” como elemento que influye en la salud “nos llena de curiosidad científica”, asegura Cristina Barboza. En ese sentido, “reconocer la infancia como un periodo de oportunidades en términos de salud sería crucial para la creación de nuevas políticas de salud pública a nivel poblacional”, añade.

La infancia “es un periodo crítico para el desarrollo integral y óptimo de los sistemas fisiológicos y nuestro estudio aporta un granito de arena en la comprensión de los mecanismos que pueden alterar la salud de un individuo a lo largo de su vida”, asegura la investigadora.

Mecanismos de defensa

Como un mecanismo de defensa ante el estrés, los niños responderán dentro de los límites de su capacidad. Hay que recordar que cada uno es diferente, por lo tanto reaccionan de distintas maneras. Esto mostrará variación, de acuerdo al entorno familiar y escolar. Dentro de los factores emocionales y de conducta, las actitudes más frecuentes según los expertos son: la ansiedad, el nerviosismo, inquietos, temerosos, cambios bruscos en el comportamiento, sensibles y hasta tienden a postergar sus deberes. En el caso físico, lloran sin causa alguna, sudor en las palmas de las manos, dolor de cabeza y estómago; pueden incluso llegar a orinarse, perturbación del sueño y hasta caída del cabello. En los puntos más extremos, cambios en el hábito alimenticio, agresividad y apego excesivo a los padres.

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